Verte otra vez

Y
allí estaban.
Por que eso es lo que ella hace,
¿no? Pasa tiempo con hombres como él. Haciendo todo lo que le piden que haga y
recibiendo una buena suma por ello.
Él y ella.
Por que eso es lo que hace él,
¿no? Buscar chicas como ella. Haz todo lo que él te pida, sin preguntas, sólo
hazlo y recibirás tu recompensa.
Ella estaba acostumbrada a recibir grandes
recompensas.
Por que lo hacía bien.
MUY bien.
Y él estaba acostumbrado a pagar grandes
recompensas.
Porque lo que pedía no era
normal.
NADA normal.
Él llegó un cuarto de hora antes de lo
previsto, como de costumbre.
Ella llegó diez minutos tarde, como de
costumbre.
Una
seña de identidad, marca personal.
Él, a pesar de sus cuarenta y tantos años,
los disimulaba bien, con trajes de la sección joven, el peinado a la moda,
varios liftings a lo largo de su vida y, ¿por qué no decirlo?, un poco de tinte
castaño en el pelo.
Ella sabía esconder de maravilla sus escasos
diecisiete años entre vestidos elegantes, sonrisas elaboradas, pequeños gestos,
profundas miradas y lo más importante, su cuerpo.
Para eso lo hace ella, ¿no? Para
poder vender su cuerpo durante un tiempo a hombres como él. Sólo eso.
Para eso lo hace él, ¿no? Para poder comprar
el cuerpo de chicas como ella durante un tiempo. Sólo eso.
Sólo
eso.
Ella pidió lo de siempre, un té.
Él pidió lo de siempre, un café.
Porque
las pequeñas costumbres hay que respetarlas, ¿no?
Sí,
hay que respetarlas.
No
hablaron.
No
había nombres, la única norma en aquel juego.
Simplemente él.
Simplemente ella.
Ella lo analizaba a él.
Él la analizaba a ella.
Costumbres.
Era
la parte más importante.
Si notaban que había
algo raro.
Se
irían.
Pero
no había nada raro, ambos estaban satisfechos con el encargo que habían
recibido.
Sabía que era la adecuada para un último
trabajo.
Sabía que era el adecuado para un último
trabajo.
Pronto él volvería a su ciudad
natal para montar un pequeño bar con el nombre de su madre.
No volvería a perder dinero con
esto.
Por que era su “última” vez.
Pronto ella se iría a la
universidad de un pequeño pueblo para estudiar derecho.
No volvería a ganar dinero con
esto.
Por que era su “última” vez.
Sus
miradas se fundieron durante unos segundos.
Ella ya estaba dentro del juego.
Él ya estaba dentro del juego.
No había vuelta atrás.
Punto
de no retorno.
Se
marcharon del bar.
Llegaron
al coche que les habían indicado antes del encuentro.
No
muy caro.
No
muy barato.
Él se montó en el asiento del piloto.
Ella se sentó en el asiento del copiloto.
Costumbres.
Entraron
en la habitación indicada del hotel indicado, no era ni demasiado grande, ni
demasiado pequeña. Era justo lo que necesitaban.
Justo
lo que querían.
No
pasó mucho tiempo antes de que la imaginación cediese amable y gustosamente su
sitio a la realidad.
Dos
cuerpos.
Nada
más.
De
todas formas, ¿para qué querrían más?
Él formuló sus deseos.
Ella hizo que sus deseos se convirtiesen en relidades.
Él sobre ella.
Ella sobre él.
En
ese momento eran capaces de todo.
TODO.
Todo
una vez.
A
pesar de su experiencia, ninguno se había sentido como se estaba sintiendo
entonces.
Satisfechos.
Todo
dos veces.
Llenos.
Tres.
Lujuria.
Cuatro.
Ninguno
de los dos podía más, estaban completamente agotados.
Miró fijamente a los ojos de ella.
Miró fijamente a los ojos de él.
Habían terminado, eso decía
el contrato.
No
debían hacer nada.
Paga el dinero, recibe lo que pidas.
Haz lo que te pida, cobra el dinero.
Esa
era la rutina, esa era la costumbre.
Ninguno
bajaba la mirada.
Por
primera vez sentían algo diferente y no querían dejarlo escapar.
¿Qué
era?
¿De
qué se trataba eso que sentían?
¿Amor?
Ni de coña.
¿Odio?
Sencillamente no.
¿Qué
coño era?
La
costumbre volvía a asomarse a la puerta, intentando colarse en la escena.
Al
carajo la costumbre, las normas, TODO.
No
podían dejar escapar aquello.
Casi
sin quererlo, cayeron en la trampa.
La
misma que ellos se habían cavado.
Lucía.
Manuel.
Quiero volver a verte.
AB
AB
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