Luces fuera

Paula llamó a la segunda puerta del pasillo, le volvieron a abrir con timidez. No estaba para bromas, así que le dio bruscamente la bolsa de hielos al muchacho que abrió la puerta y les dijo que dejasen la puerta abierta para que cuando pasase Eduardo le dijeran que estaba en la habitación de al lado, dejaría la tarjeta puesta.
               Paula entró en la 304 y cerró la puerta, de repente se notó muy cansada. La ventana estaba abierta y por ella entraban los gruñidos de los zombis que se agolpaban en la puerta del colegio, se asomó y vio que eran muchos más de los que creía y todavía seguían llegando desde todas direcciones, tenían alguna fijación especial por este lugar. Les escupió. Bajó la persiana, cerró las ventanas y encendió la luz, miró a la cama, se tumbó y no tardó en quedarse profundamente dormida.

               Estaba soñando cuando un grito en la habitación de al lado le hizo despertarse. La luz se había apagado y la habitación estaba completamente a oscuras, buscó el interruptor a tientas con la mano y lo pulsó.
Ninguna respuesta.
Otro grito, esta vez venía del pasillo.
Pulsó el interruptor de nuevo, sin respuesta. “Lo que faltaba, encima se va la luz” pensó para sí, sacó el móvil del bolsillo, hacía veinte minutos que había bajado a por los hielos y poco más de cinco desde que Eduardo se había ido hacia su cuarto, sin embargo, no había vuelto. Con las manos temblorosas, encendió la luz del móvil, cogió el destornillador y se dirigió al pasillo.
               Abrió la puerta con mucho cuidado para no hacer ruido, no sabía que podía haber provocado ese grito. En el pasillo unas cuantas luces de emergencia iluminaban vagamente, además algunos compañeros habían abierto sus puertas al escuchar el grito y por ellas entraba unos generosos rayos de luz. Salió lentamente de la habitación, y se dirigió a la puerta de al lado, seguía abierta, tal y como la había dejado minutos antes. Iluminó con la linterna el interior de la misma, dio un salto hacia atrás y soltó un pequeño grito.
               Larreina se estaba comiendo al chaval que se había doblado el tobillo, de los otros dos uno tenía la cara completamente destrozada y el otro estaba tendido en el suelo mirando al techo y de su boca salía sangre a borbotones. Larreina estaba de espaldas a la puerta, pero el que estaba tendido en el suelo empezó a intentar hablar con Paula y se alertó, después se fijó en la luz potente que provenía desde fuera, se levantó con espasmo y se dirigió a la puerta.

               A Paula se le cayó el móvil de las manos y salió corriendo hacia el interior del pasillo, el zombi salió tras ella, sus compañeros habían entrado rápidamente en su habitación en cuanto vieron al zombi. Cuando se dio cuenta Paula había dejado atrás su habitación, ya no tenía escapatoria. Se le apagó la luz del móvil. Sólo quedaba una habitación abierta y estaba vacía, por ella entraba la luz del sol. De repente, una paloma se chocó contra la ventana de esa habitación y el zombi cambió de dirección, parecía interesarle más esa paloma que la pobre Paula. Miró hacia atrás, el zombi que antes era Larreina se metió en esa habitación mirando fijamente a la paloma muerta que se había quedado en el alfeizar, y el colegial que antes estaba tendido en el suelo, estaba ahora de pie contemplando ensimismado la luz de emergencia que estaba justo enfrente de la habitación en la que se había convertido.

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