Las doce y veinte de la mañana en una soleada pero fría Sevilla, los arboles de la calle Tarfia lucían sus mejores tonos marrones propios de esta época del año y las hojas caídas amortiguaban cada paso como una alfombra natural invitando a las losas demasiado artificiales a desaparecer bajo el embrujo de la naturaleza y la estación que llegaba a su fin. La brisa suave pero constante no ayudaba a entrar en calor al chico de las zapatillas azules, hasta que la vio a lo lejos...